Este sitio web utiliza Cookies propias y de terceros de análisis para recopilar información con la finalidad de mejorar nuestros servicios, así como para el análisis de su navegación. Si continua navegando, supone la aceptación de la instalación de las mismas. El usuario tiene la posibilidad de configurar su navegador pudiendo, si así lo desea, impedir que sean instaladas en su disco duro, aunque deberá tener en cuenta que dicha acción podrá ocasionar dificultades de navegación de la página web.
Los cartagineses han llegado a nuestros días con más notoriedad que gloria. Rivales de Roma y espina en el costado de Grecia, su exclusión del legado clásico, heredado de su vencedor, Roma, se ha estandarizado. Con lo cual, aunque Cartago fue un actor principal en el escenario clásico del Mediterráneo, está ausente del venerable club greco-romano, exaltado por Edgar Allen Poe como, «la gloria que fue Grecia y la grandeza que fue Roma». Cartago, el marginado, permanece en la periferia – una sociedad de la Edad de Hierro, recordado vagamente. Esa memoria queda un poco más viva en Ibiza, que fue una de las colonias más leales de Cartago. Durante unos cuatrocientos años, la población y sociedad isleñas fueron predominantemente púnicas y, de hecho, esos siglos constituyen el apogeo del legado histórico Ibicenco.
Un poco de fondo nos ayudará a navegar el contexto cronológico. Cartago fue fundado en 814 a.C. por los fenicios (hace más de 2.800 años), y tuvo un ascenso meteórico. Al desarrollar la potencia naval y la pericia comercial heredadas del sus fundadores, se convirtió en la ciudad preeminente del Mediterráneo occidental antes de la expansión de Roma. Políticamente y cívicamente, los cartagineses se colocaban entre las sociedades más avanzadas de sus tiempos, y en 480 a.C., su monarquía se transformó en una república, repleta de instituciones representativas tales como sindicatos, asambleas generales, legislaturas, etc. Con un sistema sofisticado de controles y equilibrios además de una responsabilidad pública exigida, la república cartaginesa fue alabada por Aristóteles como un modelo de gobierno ejemplar.
Alrededor de la misma época, Roma también se estableció como una república, tras derrocar su monarquía. A su vez, aspiraba a ser imperio, compitiendo con Cartago para el dominio de los mares y las rutas comerciales. A lo largo de los siglos, las tensiones entre las dos ciudades se habían crispado a tal punto que finalmente estallaron en el 264 a.C. Se desató una lucha feroz que abarcó tres guerras púnicas y, aunque Cartago empezó como la potencia más fuerte, las balanzas del destino se inclinaron a favor de Roma. Las hostilidades entre estas culturas mediterráneas se personificaron en dos de sus generales más famosos: Aníbal de Cartago y Escipión de Roma. Estos personajes, ya inmortalizados por los siglos, son los enemigos implacables que protagonizan los hechos que hoy vamos a relatar. Pero, ¿cómo afectaron estos sucesos históricos a Ibiza? Como veremos, muy vívidamente. Las tres guerras púnicas impactaron la isla de diferentes maneras, la primera indirectamente, la segunda directamente y la tercera desastrosamente.
Situémonos en Ibiza al comienzo de la hegemonía púnica. El año es circa 550 a.C. y Roma todavía es una polis menor de la península itálica. Ibosim, por su parte, lleva alrededor de un siglo como pequeña avanzada fenicia y está a punto de transformarse en un satélite púnico dinámico, una transición que ocurriría pacíficamente al asumir Cartago las rutas comerciales occidentales de Fenicia. De suma importancia en este panorama fue el triangulo comercial formado por Ibiza, Cádiz y Cartago – la base sobre la cual el imperio cartaginés montaba su fuerza marítima. Siendo uno de los coordinados geográficos de dicho triangulo, Ibiza prosperaba como nunca. El efecto civilizador de los fenicios, sostenido por los recursos humanos de Cartago, se unieron para convertirla en una de las pocas ciudades auténticas de la antigüedad mediterránea occidental.
La influencia cartaginesa aumentó no sólo la población de la isla, la cual se extendió por todo su territorio, sino también acrecentó el ritmo y volumen del comercio, convirtiendo a Ibiza en un emporio de bienes exóticos. Jarrones, escarabeos egipcios, perfumes, aceites y cerámicas llegaron de todo el Mediterráneo, para ser, o canalizados a sus destinos finales, o almacenados cerca del puerto. Como resultado del alto volumen de comercio, la isla también empezó a fabricar objetos de exportación por su cuenta. La cerámica se convirtió en una industria próspera, un hecho comprobado por la abundancia de ánforas Ibicencas excavadas por toda la cuenca Mediterránea, dando fe a la vitalidad económica de la que gozaba Ibiza en época púnica. La sal, otro motor de la economía antigua, era también una mercancía principal, al igual que la salazón – siendo ésta el matrimonio ideal entre dos recursos abundantes. El vino y la miel autóctonos seguramente se exportaban en cantidades importantes también.
Vamos a avanzar hasta mediados del siglo III a.C. Ibiza sigue con una actividad acelerada mientras Cartago es la potencia marítima más grande del Mediterráneo occidental. Roma acaba de consolidar su poder sobre la mayor parte de la península itálica y está al acecho de una nueva conquista. En el 264 a.C., un enjambre de intereses surgió en Sicilia – un territorio parcialmente controlado por Cartago. Éste se convirtió en el casus belli de la primera guerra púnica y tras 23 años de combate naval, Cartago perdió Sicilia y finalmente Córcega y Cerdeña también. Roma impuso a Cartago una indemnización durísima, lo cual les impulsó a éstos a expandir sus dominios en Iberia para poder pagar sus deudas con las ricas minas de plata existentes en la península. A consecuencia de la creciente presencia púnica en Iberia, Ibiza a su vez experimentó una intensificación de tráfico marítimo, gracias a su posición central sobre unas rutas cada vez más surcadas.
En 218 a.C. una disputa en la península precipitó la segunda guerra púnica y, esta vez, la importancia geopolítica de Ibiza trajo el conflicto directamente a sus orillas. Mientras Aníbal famosamente llevaba sus elefantes sobre los Alpes para entrar en Italia, su archirrival, Escipión, invadía Hispania. De camino, le llamó la atención un territorio tentador: Ibiza, una isla próspera y estratégica coronada por una ciudad fortificada. Para su consternación, tras sitiar Ibosim durante tres días en 217 a.C., Escipión se dio cuenta de que sus murallas eran impenetrables. Como plan B, redirigió sus tropas a saquear el campo, consiguiendo (según Livio) botín que equivalía a un año de pillaje en Hispania. Esto indudablemente era una exageración, pero la pretensión subraya la prosperidad de la que gozaba Ibiza en la época púnica. Los romanos nunca intentaron otro cerco, pero Ibiza, colonia leal que era, continuó participando en la guerra al proveer dinero, hombres y un puerto seguro para las naves púnicas. De hecho, Ibiza fue el segundo financiero, tras Cartago, de la guerra, habiendo acuñado el 8% de todas las monedas de plata usadas en su conducta.
Cádiz, sin embargo, traicionó a Cartago en el 206 a.C. al negociar un pacto de pre-rendición con los romanos. Como resultado, el hermano de Aníbal, Magón, cuya flota se basaba en Cádiz, se vio obligado a huir. Antes que aceptar la derrota, juntó todos los barcos y se dirigió al único puerto seguro de la zona: Ibiza. Desde aquí, el plan era alistar la ayuda de Mallorca y Menorca para crear una triple base balear desde la cual retomar Cartago Nova, la capital peninsular púnica que Escipión acababa de capturar. Mallorca rechazó a Magón, pero Menorca le permitió amarrarse en el puerto que hoy lleva una versión latinizada de su nombre, Mahón. No obstante, para cuando estas preparaciones se llevaron a cabo, la guerra ya había terminado… aunque nuestro relato no. En la próxima edición de Ibicasa, retomaremos el hilo al comienzo de la tercera guerra púnica.
Este es el segundo de una serie continuada de artículos sobre la historia de Ibiza que saldrán en ediciones sucesivas de Ibicasa.