Este sitio web utiliza Cookies propias y de terceros de análisis para recopilar información con la finalidad de mejorar nuestros servicios, así como para el análisis de su navegación. Si continua navegando, supone la aceptación de la instalación de las mismas. El usuario tiene la posibilidad de configurar su navegador pudiendo, si así lo desea, impedir que sean instaladas en su disco duro, aunque deberá tener en cuenta que dicha acción podrá ocasionar dificultades de navegación de la página web.
Se ha dicho que "la democracia muere en la oscuridad". Por eso la libertad de prensa y la libertad de expresión siempre han estado en el núcleo de un estado democrático. Estas libertades van de la mano de un periodismo diligente como pilares de una sociedad libre; desempeñan un papel crucial a la hora de exigir responsabilidades a los gobernantes, dar a conocer los asuntos que requieren atención y educar a los ciudadanos para que puedan tomar decisiones con conocimiento de causa. Sin embargo, en los últimos años se ha hecho cada vez más difícil saber dónde encontrar la verdad sobre lo que ocurre en el mundo. La mayoría de la gente solía enterarse de las noticias por la televisión o los periódicos: los medios de comunicación dominantes (MCD) confiaban en que la mayor parte de lo que les decían sobre política, economía, salud y relaciones exteriores era cierto. Por supuesto, siempre había cierta parcialidad en estas fuentes, pero en general se consideraba que había buenos periodistas que trabajaban para descubrir los hechos reales de cualquier situación.
Hoy en día, estas fuentes tradicionales de noticias de los medios de comunicación siguen siendo fiables para mantenernos informados sobre acontecimientos urgentes: tormentas, terremotos, accidentes aéreos, etc. Pero cuando se trata de noticias más profundas y periodismo de verdad han perdido confianza, y con razón. A lo largo de las últimas décadas se ha ido extendiendo la sensación de que los medios de comunicación repiten como loros lo que sus anunciantes o las agencias gubernamentales quieren que digan. La guerra de Irak de 2003 se inició por una información falsa sobre armas de destrucción masiva. Más recientemente, gran parte de lo que nos dijeron los medios de comunicación sobre el Covid resultó ser falso: "El confinamiento sólo durará dos semanas". "Las vacunas evitarán que contraigas Covid". Más tarde... "Puedes contraer Covid pero la vacuna evitará que lo transmitas". Se ha convertido en un patrón que los medios de comunicación nos digan lo que las agencias gubernamentales y las corporaciones quieren que oigamos, mientras que aquellos que expresan dudas legítimas son vilipendiados y censurados.
Estos son ejemplos evidentes de cómo los medios de comunicación no están informando verazmente al público. Por supuesto, todavía hay periodistas valientes que buscan obstinadamente la verdad, pero en su mayoría han sido expulsados de la corriente dominante. Esto dificulta enormemente que el ciudadano de a pie sepa lo que realmente está pasando. ¿Cuáles son las soluciones a esta situación? Al perder la fe en los medios de comunicación tradicionales, muchos han recurrido a fuentes alternativas, sobre todo en Internet. Esto ha impulsado la creación de innumerables sitios web y podcasts que ofrecen información, noticias y opiniones desde una amplia gama de perspectivas. En gran medida, esto ha dado lugar a un renacimiento muy necesario de la libertad de expresión y el periodismo libre, pero es un arma de doble filo: aunque es beneficioso que haya una mayor selección de fuentes de información, también es cierto que muchas de ellas no son creíbles, y algunas son intencionadamente malintencionadas. Además, la llegada de la inteligencia artificial (IA) y la tecnología de las "falsificaciones profundas" que parecen y suenan completamente reales, aumentan el peligro de la desinformación. La solución más sencilla sería prohibir cualquier información que sea intencionadamente falsa, engañosa o malintencionada. El problema es obvio: ¿quién tiene el poder de decidir qué se prohíbe?
Si el gobierno se convierte en el árbitro final de lo que se puede decir, se perderá el aspecto más importante de la libertad de expresión. No es de extrañar que los gobiernos totalitarios del pasado y del presente siempre cimenten su poder en la supresión total del libre pensamiento. En la antigua Unión Soviética y en los gobiernos opresores actuales de China, Corea del Norte, Irán, etc., el pueblo sólo ve y oye la propaganda de su gobierno. Proteger a una sociedad democrática de tal tiranía haciendo que los líderes rindan cuentas fue la razón principal por la que la libertad de expresión se incluyó en la Constitución de EE.UU., y todas las verdaderas democracias han seguido ese principio original. En la UE, la libertad de expresión está protegida por el Convenio Europeo de Derechos Humanos y la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea.
Así que, si el gobierno no puede censurar la libertad de expresión, ¿quién decide lo que se censura en los medios privados? Se trata de una cuestión que ha cobrado gran importancia con el crecimiento de Internet, ya que las redes sociales son ahora la principal fuente de información para millones de personas. Estas empresas (Twitter (X), Facebook, YouTube, etc.) han crecido tanto que el público tiene un interés vital en asegurarse de que se defiende la libertad de expresión en sus plataformas. Hasta ahora no estaban reguladas y podían decidir por sí mismas qué contenidos aparecían en sus sitios. A veces prohíben completamente el acceso a una persona con la que no están de acuerdo, pero también tienen formas más sutiles de suprimir información: el "shadow-banning", una forma de configurar el algoritmo para que las publicaciones que no aprueban se muestren a mucha menos gente. Otras formas indirectas de censurar publicaciones sin prohibirlas totalmente son desmonetizarlas o poner un "¡Advertencia!" bajo la publicación o el vídeo. Mantener este poder sobre la libertad de expresión en manos de organizaciones privadas no reguladas es peligroso y antidemocrático, pero ¿qué se puede hacer al respecto?
La libertad de expresión es esencial para la democracia
La UE ha intentado regular las plataformas online con la Ley de Servicios Digitales (DSL), con la que pretende "frenar los contenidos ilegales, la incitación al odio y la desinformación, fomentando al mismo tiempo la competencia leal y la protección del consumidor". Esto suena muy honrado, pero no responde a la pregunta clave: ¿Quién decide si algo es "desinformación", o "incitación al odio", etc.? Otra vez nos encontramos con el problema de que estos juicios pueden ser muy subjetivos y sesgados. En muchos casos hay puntos de vista alternativos que tienen mérito y necesitan ser escuchados. Así que no queremos dar a una agencia gubernamental sin rostro el poder de censurar arbitrariamente opiniones válidas, pero tampoco queremos que lo hagan empresas privadas. ¿Qué hay que hacer?
Hemos vuelto al principio. Si una sociedad libre debe permitir la libertad de expresión (dentro de unos límites básicos), ¿cómo puedes encontrar la verdad en este mundo de infinitas alternativas? Su mejor protección es el sentido común. Busca fuentes de información que te hayan demostrado, a ti o a alguien en quien confíes, que son honestas, abiertas y están bien documentadas. Comprueba si lo que dicen tiene sentido para ti, tanto en tu mente como en tus sentimientos. Quizá lo más importante de todo sea hacerse la pregunta clásica: "Cui Bono" (a quién beneficia). Esto significa ser escéptico ante la información procedente de cualquier persona u organización que pueda beneficiarse económicamente de lo que dice. Por ejemplo, si el director de una gran empresa farmacéutica dice que su nuevo producto es "seguro y eficaz", no es una fuente de fiar. Del mismo modo, hay que ser escéptico con los científicos que reciben financiación de esa empresa, con los medios de comunicación que obtienen ingresos publicitarios de ella o con los médicos que reciben beneficios de la misma. Esta regla básica se aplica a todos los ámbitos de la información y te ayudará a encontrar la verdad en la era digital.
La capacidad de hacer preguntas es el mayor recurso para aprender la verdad