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Desde que la molécula del ADN fuera descubierta en 1953, la ciencia convencional se centró en la teoría del ‘determinismo genético’, según la cual tus genes controlan todos los aspectos y características de la vida física. Nos dicen que si tienes el gen de cierta enfermedad o condición, entonces es altamente probable que se manifieste en algún momento de tu vida. La cumbre de esta visión materialista centrada en el gen fue la búsqueda del ‘Santo Grial’: el genoma humano. Para el año 1990, los métodos científicos habían progresado lo suficiente como para lanzar el Proyecto del Genoma Humano (PGH), que buscaba secuenciar e identificar todos los genes del ser humano. Recordemos que la suposición de base tras esta investigación era que los genes controlan todas las características de un organismo, por lo que, lógicamente, cuanto más complejo el organismo, más genes tendría en su genoma. Se estimaba que el genoma humano tendría por tanto más de 100.000 genes.
Para ir calentando motores, los científicos empezaron secuenciando los genomas de organismos simples, y descubrieron que las bacterias microscópicas tenían hasta 5.000 genes, mientras que las lombrices albergaban unos 23.000. Esto encajaba en su lógica de que la complejidad del organismo tenía correlación directa con el número de genes en su genoma. Sin embargo, cuando secuenciaron la mucho más compleja mosca de la fruta, descubrieron que tenía tan solo 18.000 genes: menos que una simple lombriz. Esto era totalmente inesperado (y causó algo de consternación), pero siguieron adelante. Resultó que la escasez de genes en la fruta de la mosca no era nada comparada con la gran sorpresa de que el genoma del homo sapiens - la cúspide de la evolución - tiene aproximadamente 22.000 genes. Así es: tenemos un número de genes parecido al de la minúscula lombriz.
Evidentemente, la complejidad de un organismo no está relacionada con el número de genes de su genoma. ¿Y qué supone eso para la teoría del determinismo genético? Claramente, nuestros genes heredados juegan un importante papel en nuestro desarrollo físico, pero, ¿acaso tienen ese rol dominante que nos dice la ciencia convencional? ¿Y si la verdad fuese otra? ¿Y si pudiéramos demostrar que en realidad tenemos el poder de influir en las acciones de nuestros genes? Estos son los descubrimientos de la relativamente nueva ciencia de la epigenética, que literalmente significa “por encima de la genética”. Cada vez más evidencias demuestran que la forma en que se expresan nuestros genes en nuestros cuerpos no viene determinada por nuestro ADN, sino que de hecho se ve controlada y modificada por nuestras elecciones en cuanto a estilo de vida y a percepción del mundo que nos rodea. Cada célula de tu cuerpo tiene exactamente el mismo ADN en el núcleo, pero los genes en ese ADN no pueden hacer nada por sí mismos: son meramente los planos o mapas para crear cambios en tu cuerpo. Estos “mapas” genéticos los activa el entorno que rodea a las células, así que si cambiamos el entorno, cambiamos la forma en que funcionan nuestros cuerpos. Una forma importante de controlar ese entorno es comer alimento sano, evitar las toxinas y hacer ejercicio. Esto envía señales químicas a tu ADN que le dicen que elija los “mapas genéticos” que promueven la salud y el bienestar. Así que cambiar tu dieta y tu estilo de vida puede ayudarte a gestionar cómo actúan tus genes, pero tal vez la mayor influencia en su comportamiento venga de cómo percibes el mundo a tu alrededor.
Recuerda, es el entorno que rodea a tus células el que influye en qué genes se activarán. Tu cerebro está constantemente enviando mensajes químicos (hormonas, péptidos, etc.) que influyen en ese entorno, pero es tu percepción la que le indica al cerebro qué químicos liberar. Cuando sientes emociones positivas, como alegría, gratitud y amor, tu cerebro inunda el cuerpo de dopamina, endorfinas y otras sustancias químicas beneficiosas. Estas “hormonas felices” viajan a través de tu sangre hacia todas tus células, dando la orden a tu ADN de que active los genes que refuerzan tu sistema inmune y te mantienen sano. Por contraste, cuando tu percepción hace que te sientas temeroso o estresado, el cerebro libera químicos de “Lucha o Huída” como el cortisol y la adrenalina. Estas hormonas del estrés le indican al ADN que elija los genes que apagan el cuerpo, preparándolo para el peligro. Esto debilita tu sistema inmune, causando problemas físicos y enfermedad.
Por tanto, nuestras percepciones crean gran parte del entorno químico que activa nuestros genes, pero la historia no se acaba aquí. Recientes investigaciones han mostrado que cada emoción que sientes envía vibraciones por todo tu cuerpo, las cuales también influencian qué genes se activarán. Las emociones vinculadas con el temor y el estrés activan genes que llevan hacia la enfermedad, mientras que las que se asocian con la felicidad y la paz promueven la buena salud. Una vez más, se trata de tu percepción, reflejada en tus emociones, la que crea las vibraciones que afectan al comportamiento de tus genes.
Podemos encontrar pruebas interesantes de cómo funciona esto en estudios científicos que han mostrado que nuestro ADN llega a cambiar de forma según cómo nos sintamos. Cuando sentimos emociones positivas como amor, paz y compasión, nuestro ADN responde relajándose y desenrollando sus hebras, lo que fortalece el sistema inmune. Sin embargo, cuanto tenemos emociones negativas como miedo, enfado u odio, nuestro ADN se contrae y tensa, debilitando al sistema inmune. Lo que es realmente asombroso es que estos efectos ocurren incluso cuando tu ADN está separado de tu cuerpo. En experimentos recientes, se tomaron muestras de ADN de personas que estaban siendo testadas y se llevaron a una localización a cierta distancia. Los participantes fueron expuestos a estímulos emocionales, y su ADN en la localización lejana reaccionó al instante: abriéndose cuando las emociones eran positivas y contrayéndose cuando eran negativas. Las vibraciones creadas por tus emociones son tan poderosas, y están tan conectadas con tu ADN, que hacen que reaccione incluso cuando está lejos de tu cuerpo. ¡Piensa en todo ello la próxima vez que te enfades!
Durante más de 60 años, se nos ha hecho pensar que somos víctimas impotentes que debemos aceptar con resignación las cartas genéticas que nos han sido dadas, pero esos días ya son historia. El mero hecho de tener un gen relacionado con una enfermedad o condición no significa que sufriremos ese destino, pues los genes por sí solos no pueden iniciar cambios en nuestros cuerpos. La epigenética nos ha empoderado con el conocimiento de que nuestros pensamientos y emociones, coloreados por nuestras percepciones, tienen una gran influencia sobre qué genes se activarán Esto significa que somos co-creadores de nuestra propia salud, con el poder de afectar al comportamiento de nuestros genes sencillamente cambiando nuestras percepciones. Cada momento nos ofrece la oportunidad de tomar decisiones conscientes que pueden dar forma a nuestra realidad física, y cuando elegimos llenar nuestros pensamiento y sentimientos con emociones positivas, nuestros cuerpos responden con una vibrante salud y vitalidad.