EDICIÓN: Diciembre 2014 - Febrero 2015

Sin amor no se puede pintar

Por Helena Sánchez
Miguel Ángel García no nació en Ibiza sino en Mallorca, pero cuando era un bebé le trasladaron a la isla pitiusa y se siente ibicenco como el que más. Cuando era pequeño coleccionaba sellos y monedas, sin embargo lo que más le gustaba era usar la barra de labios y el lápiz de ojos de su madre para dibujar, o los botones que ella tenía (era modista) para crear sus primeros collages.



En medio de una familia de primos y tíos artistas, siempre estaba dibujando y pintando. Todos admitían que lo hacía bien, que tenía talento, y ahí se quedaba la cosa hasta que a los 23 años, Miguel Ángel conoció a su amor, su ángel, su musa: Josefina. Ella le instó a que se dedicase a la pintura y a que impartiese clases. Desde entonces enseña en unos talleres municipales, con gran éxito, las técnicas de la pintura figurativa a adultos de cualquier edad. Además, no ha parado de exponer; Ibiza, Mallorca, Ciudad Real, Barcelona, Madrid, Shanghai... participando en numerosas exposiciones colectivas y también individuales. Recientemente ha sido finalista en pintura en el prestigioso premio Florence Shanghai Prize.



Al preguntarle porqué no estudió, por ejemplo Bellas Artes, Miguel Ángel respondió contando la siguiente historia: «Había una vez un hombre que trabajaba arreglando pomos de puertas, manivelas y demás aparatos en un prostíbulo. Pasó el tiempo y sus jefes le dijeron que a sus tareas se sumaría pasar lista de las personas que entraban al local. Él dijo que no podía hacerlo pues no sabía leer. Por este motivo le despidieron y el pobre hombre para ganarse la vida empezó a arreglar puertas, bisagras y prestar herramientas a los vecinos del pueblo. Poco a poco debido a su dedicación y saber hacer fue ganándose la confianza de todos, de manera que su pequeño negocio acabó convirtiéndose en un imperio, recibiendo las alabanzas del alcalde y de todos los vecinos, que se sentían orgullosos de él».



Salvando las diferencias y aunque no tenga nada que ver, he aquí la historia de un pintor autodidacta que, como en la fábula, va camino de recibir el reconocimiento a su trabajo, dedicación y saber hacer.



Cada día Miguel Ángel se levanta temprano, tras un buen desayuno se pone a trabajar. Mientras mezcla en su paleta los colores de los que obtiene una amplia gama de matices y va poniendo capas de óleo sobre un lienzo, otro cuadro a medio hacer se va secando, listo para seguir pintando, siempre de dentro afuera, como lo hacían los antiguos, como Caravaggio. Cuando se da cuenta, ya ha pasado la mañana. «Tendría que tener varias vidas –comenta– para que me diese tiempo a crear todo lo que tengo en mente». No necesita viajar para inspirarse, sale a dar una vuelta en bici con su cámara de fotos y captura un instante, un rincón de Ibiza iluminado de una forma determinada, que después traslada a sus obras. Paisajes en calma, arquitectura por la que no pasan los años, etc. Esa permanencia en el tiempo es lo que le lleva a pintar óleos y no acuarelas, a pesar ser ésta una técnica que le encanta. «Aquí hay una luz extraordinaria para pintar pero el clima no es bueno para que se conserve el papel» – comenta.



Ajeno a estilos contemporáneos, pocas veces se sale de lo figurativo, y cuando así ocurre, la razón de incorporar nuevos elementos se la guarda para él. Es algo personal de lo que no habla, fiel a su carácter tímido y reservado. Sin embargo sus obras tienen algo indescriptible, parecen contener una sensibilidad especial con la que él ha nacido y que transmite a través de ellas al contemplarlas. Los interesados en su obra pueden contactarle, visitar su taller, comprar e incluso hacer encargos. •