Comida cruda
Por Helen Howard
Si te ofrecieran un plato de jugosas fresas, ¿las rechazarías diciendo ‘no, gracias, no como comida cruda’? Seguramente no… Pero sin duda casi todos nosotros nos preocuparíamos un tanto ante la idea de comer una dieta totalmente cruda.
Los llamados ‘crudívoros’ suelen comer entre el 70% y el 100% de los alimentos sin cocinar, y a menudo con gran entusiasmo. Sin embargo, el crudivorismo no tiene por qué limitarse a comer zanahorias sin parar, y de hecho puede ser sorprendentemente creativo. Algunos adoptan esta dieta como medida temporal para ayudarles a superar alguna enfermedad y otros la eligen como forma de vida, creyendo que ésta es la mejor manera de mantener una salud óptima.

Cocinar a temperaturas por encima de los 115 grados destruye el 100% de las enzimas de los alimentos, entre el 30% y el 50% de las vitaminas y minerales, y toda una serie de anti-oxidantes. Diversos estudios han indicado que una dieta de comida cruda puede estimular al organismo para liberar toxinas y que esto puede a su vez desencadenar la recuperación de muchas enfermedades agudas y crónicas – tales como diversos tipos de cáncer y diabetes. Como ejemplo, allá por los años 50 el Dr. Max Gerson publicó un libro en el que documentó ampliamente los casos de 50 personas que se recuperaron totalmente de cánceres ‘incurables’. La dieta que les recetaba era totalmente cruda, compuesta sobre todo de zumos de verduras frescas y técnicas de desintoxicación (
www.gerson.org). Existen varias clínicas más en el mundo que utilizan la comida cruda o los zumos como técnica curativa.
Es importante señalar que al principio uno puede sentirse mucho peor, al liberar las células tantas toxinas acumuladas, por lo que normalmente se recomienda incrementar gradualmente el consumo de comida cruda, dando tiempo al cuerpo para adaptarse a los diferentes requisitos digestivos.
Inmersos en nuestro estilo de vida moderno es fácil olvidar que, al igual que todos los demás animales, los humanos hemos consumido sólo comida cruda durante gran parte de nuestra evolución. Los entusiastas del crudivorismo afirman que, al adoptar una dieta cruda, nuestros cuerpos funcionan para lo que fueron diseñados, y que cocinar los alimentos es la raíz de muchas de las enfermedades comunes. Incluso los estudios científicos más convencionales han mostrado que al cocinar se crean diversas sustancias peligrosas, como por ejemplo los carcinógenos como la acroleína, las nitrosaminas, los hidrocarburos o el benzopireno, que se liberan al calentar aceites, y que incluso al tostar u hornear alimentos ricos en almidones se pueden crear acrilamidas cancerígenas. Sin embargo, muchos biólogos consideran que, al llevar varios miles de años cocinando nuestros alimentos, hemos aprendido a neutralizar estas toxinas. Seguramente la verdad esté a medio camino, ya que algunas personas se adaptan (y otras enferman) más que las demás – mientras que muchas de las personas que han experimentado los efectos de una dieta sana dirían que ¡existe una gran diferencia entre estar libre de enfermedad y estar lleno de vitalidad!

Los estudios realizados en diversas poblaciones muestran que el tipo de dieta rica en proteínas que en los países desarrollados consideramos ‘normal’ lleva en realidad a una mayor pérdida de calcio y diversas enfermedades degenerativas. Muchas de las comunidades más longevas y sanas del mundo comen poca proteína y poco o ningún producto animal, y la mayoría de las dietas crudívoras son bajas en ambas cosas de forma natural.
Reducir la cantidad de comida cocinada en la dieta claramente ofrece muchos beneficios. Además, comer más comida cruda ayuda a reducir las calorías, el colesterol, las grasas saturadas y los aditivos sintéticos, mientras que incrementa las vitaminas, los minerales y los anti-oxidantes. •